Aug 21, 2019 ROBERT SKIDELSKY
LONDRES – Recientemente vi The Man Who Was Too Free(El hombre que era demasiado libre), un documental conmovedor sobre el político disidente ruso Boris Nemtsov, que fue abatido a tiros frente al Kremlin en 2015. Nemtsov, un joven apuesto que había sido una estrella política en ascenso en los años 1990, luego se negó a doblegarse al autoritarismo del presidente ruso, Vladimir Putin, y se pasó a las filas de la oposición, donde fue hostigado, encarcelado y finalmente asesinado. El filme me dejó pensando en el papel debilitado del heroísmo y del coraje en la vida moderna, y también en el destino de Rusia.
El heroísmo es un producto de situaciones extremas –que, clásicamente, involucran guerra y violencia-. Como el estilo de vida occidental de hoy no es extremo, el valor del heroísmo ha caído. Pero su cepa está creciendo en gran parte del resto del mundo, inclusive en Rusia.
El héroe es noble y a la vez autodestructivo. Él o ella no sólo prefiere una muerte honorable a una vida deshonrosa, sino también preferiría morir joven y de manera gloriosa a prolongar una existencia larga y comprometida plagada de honores fácilmente obtenidos (y olvidados). Héctor en La Ilíada de Homero dice: “Es verdad que muero, pero muero grande”. La vida heroica es inherentemente trágica; la inmortalidad es su única recompensa.
Nemtsov fue fundido en este molde. Según algunas de las personas entrevistadas en el filme, creía que, al haber sido anteriormente ministro de gobierno, y en algún momento el sucesor preferido de Boris Yeltsin para la presidencia de Rusia, nunca sería asesinado. Sin embargo, me pareció que estaba desafiando al régimen de Putin a que lo matara.
A diferencia del heroísmo, el coraje no necesariamente es trágico. Pero ha sufrido un destino similar. La guerra, la principal arena para desplegar coraje, ha perdido importancia y hoy es más mecánica que laboriosa. Y, si bien admiramos debidamente los actos de coraje personal, ya no lo exigimos como una virtud pública. No esperamos que nuestros políticos sean como los reyes que alguna vez conducían a sus tropas a la batalla, sino simplemente calificados y convenientemente insensibles.
El coraje moral, a diferencia del coraje físico, es una virtud civil más que militar. Una persona puede tener miedo del daño físico, pero ser moralmente temerario. Pero el coraje moral siempre ha sido menos admirado que el coraje físico, porque implica ir a contramano de todo. Los gobernantes lo odian porque “le dice la verdad al poder”, e incomoda a las masas porque enfrenta sus prejuicios.
Desde un punto de vista ético, se ha considerado que el coraje moral es la forma más elevada de coraje en la era liberal, porque es deliberado, no instintivo. Pero su valor ha disminuido junto con las sanciones por expresarlo. Las opiniones alguna vez consideradas valientes hoy son simplemente “polémicas” y, si bien podrían desencadenar la pérdida de un empleo o de amigos, no es lo mismo que ser quemado en la hoguera.
En los años 1660, el filósofo Thomas Hobbes prefiguró la caída del heroísmo y del coraje público cuando escribió de los ciudadanos que “cuanto menos se atrevan, mejor es, tanto para el estado como para sí mismos”. El crecimiento del profesionalismo, y la difusión del comercio y la industria pacíficos, redujeron la necesidad de actos heroicos o valientes. La tendencia general de la ciencia moderna y de la organización social ha sido crear un mundo en el que el coraje y otras virtudes ya no sean necesarios. En Occidente, al menos, los actos de heroísmo y de valor hoy están confinados al escenario y a la pantalla, donde los podemos admirar sin tener que sufrir sus consecuencias.
El heroísmo y el coraje siempre han sido considerados virtudes masculinas. En su famoso discurso de Tilbury en los tiempos de la Armada Española, la Reina Isabel I de Inglaterra apeló al estereotipo al declarar “Sé que tengo el cuerpo débil y frágil de una mujer; pero tengo el corazón y el estómago de un rey”. Se creía que las mujeres con corazón de hombre eran excepcionales. Inversamente, Hobbes sostenía que “los hombres con coraje femenino” debían ser eximidos del servicio militar, debido al riesgo de que pudieran desertar. Y Adam Smith no era el único que temía que el comercio hiciera que la población se volviera “afeminada y ruin”.
El enorme reservorio de coraje mayormente desaprovechado, especialmente del tipo moral, que constituyen las mujeres por lo general ha sido ignorado por los escritores (masculinos). Sin embargo, la emancipación de las mujeres fue el resultado de un creciente coraje femenino. Hannah Arendt, que huyó de la Alemania de Hitler en los años 1930, dio muestras de un coraje moral ejemplar al escribir su libro de 1963 Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal, sobre el juicio al cerebro logístico del Holocausto. Tampoco debería sorprendernos que mujeres jóvenes, más recientemente la adolescente Greta Thunberg, hayan surgido como líderes políticos ecologistas. Las mujeres, por ende, están compensando la caída del coraje masculino en la vida pública, algo que a muchos hombres les resulta profundamente incómodo.
Esto me retrotrae a Nemtsov y a Rusia. En 1996, Nemtsov era el único político ruso “liberal” que sostenía que al recientemente derrocado Partido Comunista, que en ese momento lideraba las encuestas, se le debía permitir competir en la elección presidencial del país. Decía que era la única manera de establecer una tradición de traspasos legítimos del poder. Otros liberales rusos pensaban que Nemtsov estaba loco. Tal como resultó después, la reelección de Yeltsin fue comprada de manera corrupta, y su sucesor, Putin, se ha mantenido en el poder por una suerte de “dictadura blanda”. Pero Nemtsov fue profético al defender la democracia genuina como la única forma moderna legítima de gobierno.
Desde 2011, el régimen de Putin se ha mostrado cada vez más frágil frente a las crecientes manifestaciones callejeras en Moscú y otras ciudades rusas. Cuando ya no se puede confiar en que esos regímenes brinden prosperidad económica, su futuro se ve amenazado en tanto nuevos héroes se alzan en su contra. Esta es la lección que se vislumbra no sólo en Rusia, sino también en Oriente Medio y el este de Asia.
En gran parte del mundo, entonces, el valor del heroísmo vuelve a crecer. El futuro tal vez no recaiga en los políticos y los diplomáticos, sino en aquellos hombres –y mujeres- que no tienen miedo a morir. https://www.project-syndicate.org/commentary/rise-and-fall-of-public-heroism-by-robert-skidelsky-2019-08/spanish